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La gata volvió a escaparse en otras tres ocasiones.
Para entonces ya estaba bien entrado septiembre. Cuando acudió una vez más a recoger a su huésped
involuntaria, Will la recibió con una sonrisa.
Si quiere dejarla aquí, por nosotros no hay inconveniente le anunció, y R.J. aceptó de inmediato.
Aun así, sentía cierta renuencia.
Shalom, Agunah le dijo, y la condenada gata respondió con un bostezo.
De regreso en su automóvil, vio un jeep muy nuevo de color azul con matrícula de Nueva York
aparcado ante la casa de troncos.
¿David?
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Se detuvo detrás del jeep y llamó a la puerta, pero fue Mitch Bowditch quien abrió. Tras él había un
hombre de rostro bronceado, cabellera rala y canosa y bigote erizado.
Hola, ¿qué tal? Pase, pase, que conocerá a otro médico.
Hizo las presentaciones . Doctora Roberta Cole, doctor Kenneth Dettinger. El apretón de manos de
Dettinger fue amistoso aunque demasiado enérgico.
El doctor Dettinger acaba de comprar la casa.
Ella controló su reacción.
Lo felicito. ¿Piensa establecerse aquí?
Por supuesto que no. Sólo la usaré para los fines de semana y las vacaciones, ya sabe.
R.J. lo sabía. El recién llegado tenía un consultorio psiquiátrico en White Plains, niños y adolescentes.
Estoy muy ocupado. Trabajo muchas horas. Para mí, esto será el paraíso.
Salieron los tres al patio de atrás, hacia el cobertizo, y pasaron ante la media docena de colmenas.
¿Criará usted abejas? preguntó R.J.
No.
¿Quiere vender las colmenas?
Bueno... Si se las quiere llevar, se las regalo. Me hará un favor. Tengo intención de construir una
piscina aquí, y soy alérgico a las picaduras de abeja.
Bowditch le advirtió a R.J.
que no intentara trasladar las colmenas hasta pasadas cinco o seis semanas, cuando los primeros fríos
adormecieran a las abejas.
De hecho... consultó un inventario , David posee otras ocho colmenas, que tiene alquiladas a
Manzanares Dover. ¿Las quiere también?
Creo que sí.
Esta manera de comprar la casa tiene algunos inconvenientes observó Kenneth Dettinger . Hay ropa
en los armarios, escritorios que limpiar, y no tengo una esposa que me ayude a dejarlo todo en orden. Acabo de
divorciarme, ¿sabe?
Lo siento.
Oh. Hizo una mueca y sonrió con tristeza . Tendré que contratar a alguien para que limpie la casa y
se lo lleve todo.
La ropa de Sarah.
¿Saben de alguien que pueda interesarle hacer ese trabajo?
Déjeme hacerlo a mí. Sin cobrar. Soy... una amiga de la familia.
Bueno, eso estaría muy bien.
Se lo agradecería mucho. La contempló con interés. Tenía las facciones cinceladas. R.J. desconfió de
la fuerza que reflejaba su cara; quizá significaba que estaba acostumbrado a salirse con la suya .
Tengo mis propios muebles. Me quedaré el frigorífico, sólo tiene un año. Si quiere alguna cosa,
llévesela. En cuanto al resto..., puede regalarlo, o pídale a alguien que lo lleve al basurero y mándeme la factura.
¿Para cuándo quiere tener la casa libre?
Si puede estar antes de Navidad, se lo agradecería.
De acuerdo.
Ese otoño fue especialmente hermoso en las colinas. Las hojas tomaron matices caprichosos en octubre,
y no llegaron las lluvias para arrancarlas de los árboles.
Allí donde iba, al consultorio, al hospital, a hacer una visita a domicilio, R.J. se veía sorprendida por los
colores contemplados a través de un prisma de aire frío y cristalino.
Intentó volver de nuevo a su vida normal y concentrarse en sus pacientes, pero le parecía que siempre
iba un paso por detrás.
Empezó a temer que sus aptitudes médicas estuvieran afectadas.
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Pru y Albano Trigo, unos vecinos que vivían cerca de R.J., tenían enfermo a su hijo Lucien, un niño de
diez años. Lo llamaban Luke. El niño apenas comía, estaba muy débil, tenía una diarrea explosiva. Los síntomas
persistían pese a todos sus esfuerzos. R.J.
le hizo una sigmoidoscopia, lo envió a que le hicieran un examen radiológico gastrointestinal y una
resonancia magnética.
Nada.
El niño seguía enfermo. R.J.
lo mandó a la consulta de un gastroenterólogo de Springfield, pero tampoco ese especialista consiguió
encontrar la causa del problema.
R.J. paseaba un atardecer sobre las crujientes hojas del sendero que había abierto en el bosque, y al
llegar al estanque de los castores vio un cuerpo que se escabullía rápidamente bajo el agua como una esbelta foca
pequeña.
Había colonias de castores a lo largo de todo el Catamount. Al salir de la finca de R.J., el río cruzaba
también las tierras de los Trigo.
R.J. volvió apresuradamente hacia el coche y se dirigió a casa de los Trigo. Lucien estaba echado en el
sofá, mirando la televisión.
Oye, Luke, ¿el verano pasado nadaste en el río?
El niño asintió.
¿Estuviste en los estanques de los castores?
Sí, claro.
¿Bebiste alguna vez de ese agua?
Prudence Trigo escuchaba con mucha atención.
Sí, a veces respondió Lucien . Está muy limpia y fría.
Parece limpia, Luke. Yo también voy a nadar allí. Pero se me acaba de ocurrir que los castores y
otros animales salvajes orinan y defecan en ella.
Orinan y...
Mean y cagan le aclaró Pru a su hijo . La doctora quiere decir que los animales mean y cagan en el
agua, y luego tú te la bebes.
Se volvió hacia R.J. . ¿Cree que es por eso?
Podría ser. Los animales infectan el agua con parásitos. Si luego alguien la bebe, los parásitos se
reproducen y forman una capa en el intestino, de manera que el intestino ya no puede absorber los alimentos. No
lo sabremos con certeza hasta que envíe una muestra de heces al laboratorio del Gobierno, pero mientras tanto le
recetaré un antibiótico potente.
Cuando llegaron los resultados del análisis, el informe decía que el aparato digestivo de Lucien estaba
infestado de protozoos Giardia lamblia y que presentaba indicios de varios parásitos más.
A las dos semanas, el niño volvía a comer normalmente y la diarrea había cesado; varias semanas
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